La voz de Julio Cortázar y su preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj acompañan las imágenes de este anuncio. Sin embargo, es un coche, no un reloj, lo anunciado.
Cuando nos regalan un reloj, en realidad somos nosotros los regalados, puesto que el objeto nos convierte en sus siervos: el objeto necesita atención, que lo limpien, que lo engrasen, que le den cuerda... Es este el punto de conexión entre el cuento y lo anunciado. Un coche ¿nos convierte también en esclavos? En principio podríamos entender que sí, un coche necesita múltiples atenciones.
Cuando nos regalan un reloj, en realidad somos nosotros los regalados, puesto que el objeto nos convierte en sus siervos: el objeto necesita atención, que lo limpien, que lo engrasen, que le den cuerda... Es este el punto de conexión entre el cuento y lo anunciado. Un coche ¿nos convierte también en esclavos? En principio podríamos entender que sí, un coche necesita múltiples atenciones.
Sin embargo, las imágenes nos van sugiriendo lo contrario, poco a poco. Un coche necesita atención (se ven imágenes limpiándolo y echándole gasolina) pero es también el que, cruzando la ciudad oscura y desagradable, a través de rondas urbanas sucias, más allá de las fábricas y las poco atractivas obras, las obligaciones, nos lleva a los espacios abiertos. Es nuestro compañero en los viajes, el fiel amigo que va con nosotros al infierno diario y a la libertad que hay más allá, en la carretera recta, abierta, iluminada por una luz de amanecer que promete, en el paisaje, otra cosa que la vida urbana gris de la que el conductor sale.
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
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