jueves, 19 de septiembre de 2013

Diferencias entre la publicidad antigua y la publicidad contemporánea

El mundo de la publicidad ha evolucionado mucho. Y no se trata de comparar la publicidad actual con la del siglo XVII, XVIII o XIX. Desde siempre, el mundo publicitario ha evolucionado al ritmo de los avances comunicativos, y no ha habido más avances de este tipo en otro momento de la historia que en los últimos cien años.
Es así que la publicidad ha evolucionado también más en estos últimos cien años que en todo el tiempo anterior.
En la revista Nuevo Mundo, en 1931, se puede ver un anuncio de un producto de la época llamado Phoscao. Se trata de un texto elogiando el producto al tiempo que expone las cualidades y beneficios que el posible cliente obtendría si lo consume. El texto va acompañado de un dibujo en el que podemos ver a una relajada señora o señorita, de buena clase social, sentada leyendo una revista y consumiendo una taza del producto.
Es un claro ejemplo de publicidad tradicional. De la misma manera que en un mercado el vendedor pregonaría la bondad de sus productos, y mejor si lo hace con la gracia del verso, el anuncio hace lo mismo. Los únicos toques de modernidad los aporta el medio utilizado, una revista con un título muy adecuado Nuevo Mundo, y el dibujo, elemento decorativo propio del momento editorial, cuando la fotografía era todavía un elemento muy costoso.
En cambio, el anuncio de CaixBank es un anuncio moderno. Lo único que tiene en común con el anterior es que está hecho para ser reproducido en una revista o periódico. El planteamiento del anuncio no es, de entrada, exponer las bondades del banco, sino la lectura de un poema sapiencial que vende valores humanos. Se acompaña de una fotografía que no nos muestra ninguna imagen propia del banco ni de lo que en él se hace. No habla de dinero, ni de transacciones, ni de intereses o hipotecas. No es hasta que posamos nuestra mirada en la parte baja del anuncio que nos enteramos que nos están vendiendo un banco.

La publicidad de hoy en día pretende seducirnos, vincular el producto a vender con nuestros deseos o características físicas o psíquicas. El banco parece no vender productos económicos, sino confianza, seguridad. Y la mejor manera de hacerlo es un poema de verdad, no un ripio.

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